I .
El hielo empezaba a derretirse
cuando me serví un licor claro, inaparente y barato, que no tenía ninguna gana
de beber. Mis órdenes, sin embargo, habían sido claras. Medio vaso, hasta la
última gota. Yo había intentado explicarle que nunca tomaba alcohol, y que lo
que probablemente fuese una dosis inocua para sus antiguos compañeros a mí me
iba a dejar tumbado. Insistió. Anestesia antes de la operación, dijo. Y a mí,
comprometido como estoy con mi trabajo, no me quedó más remedio que acatar.
Sus pasos me sacaron de mis
cavilaciones, y su impaciente carraspeo me sopló que era hora de tragar. Cogió
la botella mientras yo cogía el vaso, me ofreció un brindis y un guiño y
bebimos.
Efectivamente, fue terrible. Con
su risa de fondo hice lo que pude para mantenerlo dentro, y disimulé mis
arcadas. Inclinado como estaba sobre la mesa, tratando de devolver todo el
sabor posible al vaso, sentí un líquido derramarse en mi cabeza.
—Pero qué…
—Cuánto drama, compañero —dijo
entre risas, la botella ahora vacía en sus manos.
—¿Has acabado ya o tienes alguna
otra botella de esa porquería que quieras vaciar en mi cabeza?
—Venga, venga, sé que se le coge
el gusto enseguida, pero no está la vida como para andar desperdiciando.
—Podías haberme ahorrado el baño,
entonces, no veo que fuera necesario...
—Imprescindible —interrumpió—. Y
ahora prepárate, es hora. Has demostrado ser tan flojo como pareces. Veamos si
eres igual de listo.
II .
Yo llevaba tras su pista unos
meses, pero Henrietta me había conocido un par de semanas antes. Enseguida le
caí en gracia, para mi gran asombro. Al fin y al cabo, no es habitual que la
más prolífica estafadora del país te guiñe un ojo y te invite a cenar en el
primer encuentro.
Lo que ocurrió en esa cena se
contará en otra historia, pero sólo me gustaría apuntar que el tamaño de mi
sorpresa disminuyó considerablemente a medida que pasaban los platos e iban
desapareciendo todos los objetos de valor de la mesa, del restaurante y de mi
persona. Tiempo después recuperé el reloj de mi padre, pero todo lo demás
desapareció en las profundidades de su insultantemente diminuto bolso, y no se
volvió a ver.
A lo largo de esas dos semanas
observé a Henrietta y a Wyatt, su secuaz del mes, desde el asiento trasero del
coche de huida. Ella me ignoraba la mayor parte del tiempo, pero de vez en
cuando, especialmente después de algún comentario especialmente mordaz o golpe
particularmente exitoso, se le escapaba una mirada en mi dirección, como para
asegurarse de que tomaba nota de sus proezas.
No recuerdo el nombre real de
Wyatt. Ella le llamaba así en memoria de un hámster particularmente estúpido
que tuvo en su infancia. La última vez que le vi, el pobre hombre sangraba por
un balazo en la pierna tras un trabajo mal acabado. Henrietta le acompañó al
hospital, le robó la petaca y le dejó al cuidado de una enfermera medio sorda.
—Felicidades —me dijo cuando
regresó al coche, donde yo esperaba—. Ahora eres el nuevo Wyatt.
—Me temo que no me entendió,
señorita, yo sólo estoy aquí para observar…
—Uy señorita. Uy, lo que me ha
dicho. Llámame Henny o no me llames —trago a la petaca—. Si quieres tu
historia, tendrás que seguir mis normas. Ahora, pórtate bien y no rechistes. Tú
conduces. Ya sabes a dónde ir.
Acto seguido, se tumbó en los
asientos traseros, se quitó las botas —trago a la petaca— y cerró los ojos.
Este momento tuvo varias
consecuencias, de distinto nivel de importancia. La primera, es que dejé de
llamarle de usted. La segunda, es que me zambullí de lleno en el relato en el
que más delitos he cometido, y más he puesto mi vida en peligro. La tercera, es
que me metí en el coche y arranqué porque, efectivamente, ya sabía a dónde ir.
III .
—¡Wyatt!
Me costó una semana, y varios
accidentes que llenaron mi cuerpo de morados y azules, aprender a reaccionar al
nombre. En aquel pueblo había tocado boda, tercera variante. Debía de ser uno
de sus golpes favoritos, porque en esos siete días lo habíamos perpetrado con
éxito ya un par de veces. Henrietta, Henny, era una excelente actriz, y
paciente también, pero enseguida descubrí que, si podía evitarlo, prefería
minimizar el acto de novia enamorada. Supongo que por eso le gustaba tanto la
variante tercera, en la que la boda acababa con disparos, mis manos
estrangulando su cuello, y su puñal rompiendo cuidadosamente la bolsa de sangre
falsa bajo mi camisa.
—Wyatt, por el amor de… ¿A qué
estás esperando? ¡Arranca!
—Creo que estoy sangrando…
—Oh, vamos, basta de lloriqueos y
conduce. Has sido un novio terrible, por poco lo estropeas todo. ¡En la tercera
variante, además! La tercera es a prueba de idiotas, ¿sabes? Parece que no es a
prueba de Wyatt, ¿eh? ¿qué crees que implica eso, Wyatt?
—Ni si quiera me llamo Wyatt…
—¡A prueba de Wyatt!
—Odio la tercera variante de
boda. Tercera, tercera, tercera camisa arruinada, ¿eh? Más vale que tengas
alguna de repuesto en ese estúpido bolso tuyo porque si no…
Henny puso los ojos en blanco con
una mueca, y calló mis quejas con la radio. Yo seguí despotricando hasta que,
de reojo, vi que se había quedado dormida, y me callé. Ahora que lo pienso,
probablemente fingía.
IV .
Tres semanas después, llegó el
momento de despedirse. Creo que no le hizo demasiada gracia, porque aún no
había encontrado al siguiente Wyatt. Se me acercó con sorna y plantó un
inesperado e incómodo beso en mi boca.
—Qué…
—Oh, Wyatt, no es nada personal —dijo
con una media sonrisa—. Sabes que el asunto funciona mejor si hay un ápice de
verdad en mi historia, y me será infinitamente más sencillo encontrar a tu
sucesor con un chisme de mujer despechada que con el de una patrona en genuina
busca de empleados.
—Eso es… eso es absurdo.
Suficiencia llegó a su sonrisa.
—Parece que al final has
demostrado ser tan listo como pareces…
Dio media vuelta, y se fue. Con
ella se llevó, igual de discretamente que siempre, la nueva cartera que había
conseguido un par de pueblos atrás. Nada personal, y un cuerno.
V .
Durante el mes y medio que estuve
con ella, nos casamos unas quince veces. Discutimos públicamente unas diez y
celebramos mi funeral otras catorce, pero las bodas fueron mis favoritas. Aún
hoy sigo sin entender del todo la mecánica de sus timos, pero su éxito quedó
más que demostrado en todos y cada uno de los trabajos.
Incluso los que salieron mal.
Especialmente los que salieron
mal.