jueves, 10 de marzo de 2016

El baúl de los trastos perdidos


Mochilas de cuadros por todas partes, y una voz que no llega a ser grave pero cuyo timbre cosquillea mi estómago.

Chupa de cuero, cuaderno amarillo en la mano, como el mío pero con el rencor mejor escondido.

Un asiento en el metro que no se sabe si está ocupado o no, al que nadie se atreve a preguntar.

Sonrisas cómplices en la cueva, y sueños en el norte.

Hablar con estúpidos acertijos porque si nos quitan la cobardía no nos queda nada.

Miradas a los lados, y un par de pensamientos disuasorios por si alguien es capaz de descifrarlos.

Gafas de otros colores, que no consigo ponerme pero que me muero por llevar solo un rato.

Vestidos que le arrancaron a la primavera todas las flores y que ahora no saben qué hacer con ellas.

Un millón y medio de oportunidades (casi tantas como minutos) que las agujas del reloj se han llevado.

Un cliché, otro cliché, y otro más, perfectamente apilados en pequeños montoncitos de autocompasión.

Historias que recuerdan a canciones, o canciones que recuerdan a historias, demasiado propias para darles introducción, nudo y desenlace.

Caramelitos de palo que nadie quiere, sólo yo, por los motivos equivocados.

Jerséis a rombos en los que cabríamos juntos, y que en cambio rondan tu armario para pillarte desprevenido cuando lo abras.

Cuentos que sólo se inventan para que las niñas rubias se queden tranquilas.

Ojos que se cierran, mañana, tarde, noche, y agitan la red para recapturar la fantasía o para sumergirse en ella.

Canciones oscuras que te meten el ritmo a latidos en el alma, que desendulzan preguntas que nunca consigo responder por mucho que las practique.

Fechas señaladas (por otros) en mi calendario, grandes círculos rojos que hacen hincapié en lo imposible.

Verdes mucho más dulces que cualquier rosa, tanto que atraen moscas a las bocas más cerradas.

Golpes reciclados en palabras una y otra vez, que siempre acaban diciendo lo mismo.