viernes, 30 de marzo de 2012

El tren de media noche




Eran pocas horas, pero me daban la vida. En la última campanada mi aliento se escapaba persiguiendo a la aguja del reloj, apremiándola, instándola a apresurarse. Pero la perezosa se entretenía recogiendo flores por el camino, flores para adornar mi tumba. Sin embargo, tarde o temprano, llegaba el momento. Yo, muerta viviente, partía en dos la losa del cementerio, y con la rodilla destrozaba la lápida que me condenaba a permanecer allí:

Alice Holmes
1 de Enero 1995, 1 de Enero 2013
RIP

Corría a ciegas fuera del camposanto. Cuando llegaba, el tren nunca había partido. Siempre fui la única pasajera, y me esperaba paciente. Y yo era puntual. Aun así, el maquinista fingía enfado haciendo silbar al tren. Una rápida carrera me llevaba al último vagón de una larguísima fila de ellos. Era un tren antiguo, y yo me apoyaba en la barandilla, mirando las vías. Poco a poco, renqueando, el tren se ponía en marcha. Agitando un pañuelo blanco me despedía de la estación. Y todas las veces, irremediablemente, el pañuelo se escapaba de entre mis dedos, buscando su libertad, cumpliendo su sueño, transformándose en paloma. Mi brazo quedaba extendido y confuso, todo lo confuso que puede quedar un brazo, a pesar de saberme el ritual de memoria. Lentamente volvía a su posición original, apoyado en la baranda, juntando mis manos. Y el último vagón se convertía de pronto en mi carroza, y el maquinista en mi cochero, y la paloma volvía volando y recuperaba su nido en un bolsillito junto a mi corazón. Después venía mi suspiro, cual princesa aburrida. Y entonces ya no estaba en mi carroza, sino en un balcón, con las vías trepando, desobedientes, salvajes, bellas enredaderas. Los guijarros eran jilgueros que cantaban melodiosamente, y yo alargaba de nuevo mi brazo con el dedo índice preparado para que se posasen en él.
Jamás llegaron a hacerlo, puesto que en el instante en el que cualquiera de ellos me rozaba, todo volvía a su forma. El balcón retrocedía hasta el último vagón, el maquinista volvía a calarse su gorra azul a rayas, las vías se acostaban y los pajarillos volvían al suelo, donde rodaban hasta confundirse con la grava.
El tren se detenía, yo bajaba, y volvía a mi hogar maldito. Me acostaba en mi lecho, rescataba otro suspiro de lo más profundo de mis pulmones y esperaba a que el reloj sellase mi tumba de nuevo.

Así viví, todo lo que puede vivirse en un cementerio. Así morí, todo lo que puede morirse alguien como yo.

Así pasé mi tiempo hasta que un día, cuando llegué a la estación, el tren ya había partido. Corrí hacia el extremo del andén, y solo acerté a ver el rastro de humo, un humo muy denso, muy negro, perverso. Y ese humo llegó hasta mí, me cubrió, me abrazó como abraza una malévola madrastra, y me sumió en el sueño en el que estoy ahora, y que nunca podré abandonar.

Alice Holmes
Desde hoy hasta siempre
RIP

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