Todos
queremos saber. Al menos la mayoría. Ese gusano inquieto que habita en tu oreja
izquierda y que te susurra preguntas incómodas al oído no está ahí por casualidad.
Y es que, ¿qué haríamos los hombres si mañana nos arrebatasen la curiosidad?
Lo
primero a lo que tendríamos que decir adiós es a la tecnología, a la
innovación, al progreso. Y es que mires donde mires, todo a tu alrededor es
fruto de ideas geniales de hombres más o menos corrientes, o viceversa.
Marcharían
también todas las manifestaciones artísticas. Enmudecerían las metáforas, los
símiles, las hipérboles y compañía, porque la mente humana no sería ya capaz de
comprender la poesía. Morirían las pinturas, se ajarían los lienzos, pues ya
nadie se preocuparía por cuidar unos trozos de tela, todos pintarrajeados. Se
apagaría la música, porque ¿quién investigaría la relación entre los acordes y
las notas solteras? ¿Quién, en fin, comprendería el sentido del arte?
Pronto
llegaría el apocalipsis zombi, tan esperado por algunos, y que a mí no me hace
demasiada ilusión. Las calles se llenarían de personas con cerebro, si, pero un
cerebro gris, más de lo normal, vacio de ideas nuevas, vacío del todo. Y eso no
suena apetitoso para nadie.
Bien,
está claro que sin curiosidad el mundo sería extremadamente aburrido. Aunque,
por otra parte, ¿no es también el aburrimiento fruto de la curiosidad?
“A veces las flores pueden ser tan
importantes como la comida. Todo depende de la clase de hambre que tengas.”
Gemma
Malley, La Declaración.
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