¿Qué ocurre esta noche? Mis musas se enmohecen con el paso del tiempo, como el queso puesto al viento que devoran las ratas del olvido. El sol, rojizo, teñido no por sangre, mas por zumo de tomate, les vigila esperando la indigestión. Pero ellas no se cansan. Muerden, desgarran, arrancan y engullen, sin el menor cuidado, sin la menor consideración hacia mi queso. Ustedes se preguntarán por qué es un queso.
Bien, este es un razonamiento que
seguro comprenden, aunque espero que no. Todo el mundo sabe que los pies son
llamados quesos. Si los calcetines (al menos en la jerga de mi familia) son
conocidos como fundas para los cerebros, entonces eso nos permite elevar,
arrastrándolo cuidadosamente, el queso hasta nuestra cabeza.
Allí, campante en medio del pelo,
engrasándolo todo, manchando todo el tablero, el queso reina y difunde su
reinazgo (palabra que no existe, pero que queda mucho más mona que reinado).
Serán tiempos difíciles mientras las ratas acechen. Pero resulta que quizá sin
las ratas el queso se pondría duro, se secaría y poco a poco se consumiría
hasta que de él sólo quedasen los agujeros.
No quiero que eso pase, Dios me
libre, aunque agradecería este fenómeno en alguna que otra persona. En los
malos escritores. Hoy, todos tenemos derecho a la educación, después de siglos
de lucha, que permite al hombre pasar de esclavo a libre, de bestia a humano,
de inculto a sabio. Con el don de la
lectura, suficiente para no aburrirse jamás de los jamases, vino también el de
la escritura, y aparecieron libros malos.
No me malinterpretéis, la falacia
de “todo lo antiguo y tradicional mola” no va conmigo, y no dudaré en reconocer
que en tiempos pasados había malos libros. La diferencia es que ahora todo se
publica, que ya no queda decencia en el corazón de los editores. Hoy un
cualquiera puede escribir una novelilla que triunfe a gran escala, ser rico y
dedicarse a hacer barbacoas en su jardín.
En mi opinión, el objetivo de los
escritores no debe ser que les paguen, sino que les lean. Y es que es, como ya
defendieron los renovadores de la novela del siglo pasado, es el lector quien
debe tomar las riendas de una historia, si quiere ser capaz de tomar las de su
propia vida.
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