martes, 10 de septiembre de 2013

GINOIDES II, La voz de los padres de los hombres.




Y allí estaba yo, y el viejo cántico nacido hacía eones de lo profundo de las cuevas sonaba de fondo, en voz de una dama elfa que tañía el arpa de sus cuerdas vocales igual que tañía el fino cabello de su arco.

Sentada en las prominentes raíces del árbol más inmenso que vi jamás sobre la tierra, parecía con él fundirse, confundirse con la maleza, la hiedra y la enredadera. Su piel, y su cabello, refulgían con suaves destellos verdes, brillante como la oliva en aceite, y tersa como tela en bastidor.

Sus párpados caídos, condescendientes, adornados con pestañas como flecos de una alfombra, parecían -incluso cerrados- invitarme a avanzar hacia aquella visión hechizada, mágica.

Como el oso se despereza, y sus zarpas estira cuando saluda a la primavera, así su trono de madera, follaje y musgo alzó sus brazos al cielo, a las recién encendidas estrellas, que acogieron su saludo e hicieron brillar su titilante luz sobre sus hojas. Como gotas de un dorado rocío nocturno, los reflejos fluyeron hasta donde estaba ella, y abrillantaron su ya brillante cuerpo.

Mientras tanto, sin parar a contemplar aquel misterio, el árbol, viejo roble, cronista de otras eras, arrancó de las entrañas de la tierra sus raíces y, con paso lento, seguro y firme, y llevando aún consigo a su hermosa pasajera, marchó hacia las montañas, alejándose de mi vista.

Dejé de ver pronto aquella enorme masa de vida verde y boyante, pero la melodía de las cuevas más profundas, cavadas por los padres de los hombres, ya no dejó mi cabeza.

9 de Abril de 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario