martes, 10 de septiembre de 2013

GINOIDES I, La chica cósmica.




Y ahí, en medio del cosmos, estaba ella. Con los brazos extendidos y los ojos cerrados, irradiaba luz blanca que llenaba de destellos el espacio azul eléctrico y violeta. Todo el mundo sabe que en el vacío el sonido no se propaga, pero la música retumbaba en su cabeza como en un potente altavoz. Era una canción antigua, de las de sintetizador, sin título ni letra, que nacía allá arriba y se propagaba a través de su cuerpo sacudiéndolo en ondas. Su cabello se movía, flotando en el espacio, y creciendo por momentos.

Aquello no era natural, no era humano, y sin embargo era lo más precioso que jamás he observado. El brillo metálico de su piel se enlazaba con el brillo de las estrellas, con la luz de las lejanas galaxias, que giraban en espirales a su alrededor. Tan pura, tan perfecta, que todo el universo había decidido orbitar en torno a ella.

Parecía sin embargo que lo que acontecía allá lejos no le importaba. Inmutable, escultural y estática, ella parada y todo en movimiento. Era lo trascendente en su máxima esencia, y es que ningún átomo fuera de ella se resistía a bailar a su son. Incluso sus cabellos, del negro del mar abismal, flotaban en el espacio, y crecían por momentos, deseosos de alejarse de ella lo suficiente como para danzar con el resto de cuerpos celestes en su honor.

La estuve observando durante infinitos instantes. No sabría especificar cuántos, en ese momento el tiempo era eterno.

2 de Marzo de 2013

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