martes, 10 de septiembre de 2013

GINOIDES III, Los secretos del Mar Dorado.




Apareció como un tenue reflejo claro, como un oasis en el horizonte, en medio del océano. El guía dio un titubeante aviso, temiendo que le tomasen por loco, y no fue capaz de identificar qué era aquello que se acercaba lenta pero inexorablemente al barco. Poco a poco, la tripulación fue capaz de distinguir la figura de una chica, una joven que flotaba con una aureola de pelo rubio alrededor de la cabeza y largos jirones de vestido blanco rodeando su torso, sus brazos y sus piernas.

El sol bajaba ya a darse un baño, y el agua brillaba ondulante y amarilla, como si cientos de barcos piratas hubiesen decidido que el fondo de aquel mar era el escondite adecuado para sus tesoros. Aun así, el cuerpo a la deriva atraía la atención de todos los ojos sobre la nave. A medida que se aproximaba, mi humilde catalejo iba revelándome más detalles sobre la muchacha: rostro neutro, piel impoluta y, como siempre en estos casos, una belleza hechizante.

Cuando el primero de sus tentáculos de tela lo rozó, nuestro barco sufrió una pequeñísima sacudida de la que nadie se percató, embelesados como estábamos ante tan sublime espectáculo. El crujido de la madera mojada nos sacó a todos del ensueño, y entonces llegaron los primeros gritos. Nos hundíamos.

Todos nuestros esfuerzos por salvar la nave fueron en vano. Varios de nuestros hombres cayeron al mar y se perdieron en lo dorado de sus aguas, y los que consiguieron mantenerse a flote perdieron irremisiblemente la cordura. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, el diligente capitán reunió a los supervivientes en el pequeño bote, desde el que vimos cómo una misteriosa fuerza se tragaba hasta el último atisbo del que hasta hacía unos instantes era el barco más sólido y seguro de la flota real. En el centro de aquella vorágine se adivinaba el brillo de los brazos blancos que lo habían reducido a escombros.


Cuando no quedó ni una pieza sobre el mar, abrió los ojos, mostrándonos una salvaje pero a la vez serena mirada amarilla. Con la elegancia de una sirena, se zambulló en el agua, llevándose consigo su cabello, sus jirones y su hechizo. El agua, amarilla como el oro, la acogió como a una vieja amiga.

10 de Septiembre de 2013

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