jueves, 20 de noviembre de 2014

Ginoides IX, Introducción.




Conocí un día a una chica delgada como un suspiro, e igual de tenue. En ocasiones tenía que mirar dos veces para asegurarme de que seguía allí.

Le encantaba jugar con su pelo, largo, liso, negro, y beber alcohol, negro también. Pasamos juntos unos meses en un piso que tenía en el centro, y durante ese tiempo ni un solo día pasó sin besar ávidamente una de las botellas que guardaba bajo el ala. Traté un par de veces, sin mucho afán, de que me besase a mí también, pero fue en vano. Ella me llamó ruidoso, se echó a reír, dio otro trago, vació otra botella.

Su negativa no supuso ninguna decepción para mí. Ni siquiera estaba realmente interesado, pero eran mis días jóvenes y era insultantemente inexperto todavía. Aun así sabía cuál era mi papel en aquel asunto: observar. La suya fue una de las primeras historias de las muchas que he recopilado. Me lo pidió ella. El resultado fue aceptable, una crónica detallada y exhaustiva, carente de toda retórica. Cuando acabé nos dimos la mano, muy profesionales, me guiñó sonriente y se marchó a perderse por las gastadas calles de la ciudad.

Y la vida siguió. Lo cierto es que no pensé mucho en ella hasta que años más tarde me topé una mañana con su esquela en el periódico, tan escueta como ella y tan oscura como su alcohol, y me invadió la nostalgia de saber perdido un lugar al que en realidad nunca me había planteado volver. Revisé mis archivos y encontré su ficha, y su historia, y me avergoncé de ella. Estaba llena de datos inútiles y de información superflua, no eran más que diez páginas de idas y venidas. Así que decidí reescribirlo y darle a esa chica por fin una crónica que le hiciese justicia, que fuese como ella. Breve. Escueta. Delgada como un suspiro.

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