Conocí un día a una chica delgada como un suspiro, e igual de tenue. En ocasiones tenía que mirar dos veces para asegurarme de que seguía allí.
Su esquela no daba detalles interesantes, no daba detalles
en absoluto, así que me acerqué al portal de su piso del centro para darle a la
portera algo de que hablar. Me contó que todo había sido repentino. Que nadie
lo esperaba, que siempre saludaba en los rellanos, hasta que un día el olor a
alcohol atravesó las paredes, se volvió insoportable, y unos cuantos vecinos
echaron la puerta abajo. Los servicios de emergencias la sacaron en una
camilla, mortaja de oro y hojalata, y se la llevaron de allí en silencio. Nadie
lloró demasiado.
Los deberes sin hacer acaban convirtiéndose en piedras en mi
riñón, por eso pongo punto final a esta historia. Si por mí fuera, aún seguiría
en mi carpeta de "inacabados". Si por ella fuera…
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