viernes, 12 de junio de 2015

PARTE I, Llegar



El sol estaba a punto de ponerse, el día de acabarse, y con él se irían también las últimas esperanzas. Un vistazo rápido al salpicadero, ignorando una palpitante luz roja junto al cuentakilómetros, le indicó que faltaban ocho minutos para las nueve. Ciento veinte por hora, dos kilómetros por minuto… No, no pensaría más en números, porque los cálculos sólo le traerían la certeza de que no iba a llegar a tiempo. Aceleró un poco, la carretera de la costa estaba desierta. Aceleró un poco más.

La luz naranja fue dejando paso a los tímidos destellos de las luces del arcén, y los minutos pasaron hasta alinear un dos, un uno, un cero y otro cero más. La furiosa luz roja seguía parpadeando, testigo de una avería en la que no había tiempo para pensar. Distraído, pulsó el botón de la radio, y un meloso locutor le juró compañía eterna y una canción de pena para el camino.

La ciudad, apenas merecedora de tal nombre, apareció tras una de las curvas que la serpenteante carretera trazaba esquivando mar a un lado y al otro roca. De lejos y de noche casi cualquier ciudad es bonita, pensó, con sus luces de colores difuminadas en lo oscuro del cielo, pero al acercarse todas pierden el encanto. Un cartel a la entrada indicaba una velocidad mínima que no estaba dispuesto a cumplir, pero aún así levantó un poco el pie para guardar las apariencias.

Las farolas de las calles llevaban despiertas un buen rato cuando por fin se detuvo frente a una casa de dos pisos encajonada entre dos bloques altos, alargados y horrendos. Aparcó en un hueco un poco más abajo, la calle igual de silenciosa que vacía, bajó del coche y llegó medio en sueños a la puerta. Respiró hondo, y miró el reloj en su muñeca. Justo a tiempo. Levantó la mano y dejó caer el aldabón con fuerza, casi le pareció ver resentimiento en los ojos del león de metal, pero entonces se abrió la puerta.

Le recibió una sonrisa triste y una cara llena de pecas, una expresión que le bajó el alma a los pies, y una mirada que le hizo entender que siempre había sido demasiado tarde.

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