viernes, 12 de junio de 2015

PARTE II, Hablar



-No -dijo simplemente.

-¿No? -respondí-. Por fin lo he entendido, por fin soy libre, por fin podemos estar juntos otra vez.

- No -repitió. Debió ver la confusión en mi cara, y sonrió con cariño y con pena. -¿No te das cuenta? No podemos estar juntos otra vez, porque nunca lo hemos estado, nunca pudimos estarlo porque no estamos hechos para ello.

El tono era dulce pero sus palabras se clavaban como puñales.

- No -dije yo-. No, no puedes decirme esto ahora, no después de todo lo que he hecho para llegar hasta aquí. Dijiste que esperarías y que, cuando estuviese listo, tú lo estarías también.

- Ha sido un error. Un tremendo error que cometí yo primero, sí, puedes culparme a mí si eso te deja más tranquilo. Pero aunque el error fuera mío en un principio, tú lo hiciste tuyo de buen grado, tú saltaste conmigo, tú también fingiste que era cierto, y tú también sabías que jamás lo sería.

La miel de su voz se convertía en limón poco a poco. Aún estaba en el punto agradable, como el remedio contra la tos que prepara una madre, pero iba perdiendo suavidad y ganando resentimiento con cada palabra que salía de su boca.

- Por favor…

- No -ahí llegó, ácido y cortante todo, sin rastro del poso de cariño de antes.

- ¡Por favor! ¡No puedes hacer esto! He hecho cosas… he hecho todo lo que me pediste.

- ¡Yo no pedí nada!

- He hecho todo lo que quisiste, y no me arrepiento. Me he vuelto mejor persona, he olvidado quién solía ser, con quién solía dormir, a quién solía seguir. Lo he olvidado todo, para que sólo quedases tú, y la persona que te merecías. Y si ahora… si ahora me dices que no me quieres, y que no me has querido nunca, ¿qué sentido ha tenido todo esto? No puedo volver, no, no puedo. Miro atrás y veo un camino quebrado, que no acaba nunca, porque no sé dónde empezó. Y aunque pudiese volver, no lo haría. No, no lo haría, porque lo he hecho por ti.

- No lo has hecho por mí. No sabes cuánto me gustaría que todo lo que has dicho fuese verdad, pero no lo es, y eso me hace tanto daño que no sé como soportarlo. Lo has hecho por ti, por tu orgullo, porque entendiste que siendo como eras jamás te aceptaría y tú no soportabas el rechazo. Eres egoísta, siempre lo has sido y temo que siempre lo serás, y lo eres tanto que has llegado a creer toda esa historia que me acabas de contar, porque crees que en quien te has convertido es lo que yo querría.

Había lágrimas en sus ojos, y yo no sabía a dónde mirar, ni qué decir, ni qué pensar.

- Eres un lobo -continuó-. Ahora llevas puesta una bonita piel de cordero y un cascabel atado al cuello, pero eres un lobo y a mí no me engañas. ¿Pensabas que cambiando de peinado, de barrio y de uniforme cambiaría también lo de dentro? Te equivocabas. Eres un lobo, y la lana que te has pegado se caerá tan fácilmente como llegó.

-¿Fácilmente? -me encontré hablando de nuevo, ignorando de dónde salían las palabras-. Y un cuerno, fácilmente. He sufrido para salir de donde estaba, para dejar de ser lo que era y transformarme en tu hombre ideal, y en la persona perfecta para ti. Ya no… ya no hago esas cosas que tanto odiabas, ni voy a los lugares que te ponían triste. Ya no canto a la luna porque ya no soy un lobo. Ya no lo soy tanto como antes.

- Sigues siendo igual, ¿no lo ves? Orgulloso, altanero, ególatra. Atractivo y consciente de ello, y capaz de utilizarlo para tu beneficio. Y lo que no entiendes es que lo que me atrajo de ti fue precisamente todo eso. Tú, lobo, depredador, manipulador y arribista, tú me encantabas. Pero sólo eso. Sabía que jamás tendría contigo lo que yo realmente quería, sabía que contigo sólo sería tragedia y lágrimas, que me usarías y me dejarías a un lado cuando pasase la novedad. Y entonces pensé… fui tonta, fui una niña tonta e ingenua, y pensé que podrías cambiar, que podrías ser el príncipe que siempre quise. Y ahora llegas, una sombra de lo que fuiste pero con el brillo blanco aún en la mirada, ¿y me dices que has cambiado?

- He cambiado.

- ¡Pero no para mejor! Cuando te dije que así no podríamos estar juntos no te pedía que fueses manso y acorderado, dócil, complaciente. Y sin embargo así te presentas, en eso pretendes que crea que te has convertido, y aunque te creyese, aunque fuese cierto, estaría todo mal. Me encapriché del lobo, y quise convertirlo en príncipe, y ahora tengo una falsa oveja que sólo quiere comerse mis sueños.

Las lámparas de la habitación estaban apagadas, pero entraba por la ventana la luz de las farolas.

- Fue divertido mientras duró. Fue un error, pero qué error -me miró y sonrió un poco-. Ven, te invito a una cerveza. Para antes del adiós.

La seguí a la cocina. Señaló con la cabeza la nevera, cogí un botellín mientras ella cogía un vaso y su botella de ron y salimos a la terraza. Las vistas eran horrendas, pero corría brisa y podía olerse el mar. Y así, sin haber entendido del todo lo que dijo, pero sabiendo que tenía razón -ella siempre tenía razón- vimos amanecer juntos, por última vez.

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