domingo, 20 de septiembre de 2015

De cuando las estrellas negaron su rúbrica a un desnudo firmamento



Estas últimas noches durmiendo a tu lado he visto cosas extrañas. Alucinaciones, ombligos agujereados en el cielo. No quiero aguarte la fiesta, no quiero fastidiarte el viaje, así que seguiré con este juego que estoy condenado a perder. Una última partida, sólo por si acaso.

Llego molesto, otra vez estás despierta ¿en serio tienes que hacerlo? ¿Es esto lo que te hace vivir? Me miras con una sonrisa idiota, y me riñes condescendiente. Te estoy arruinando la diversión.

Dices, dices, dices de todo, pero llega el momento de actuar en consecuencia. Sé que no lo vas a hacer, que correrás tras el tren y no lo alcanzarás. Lo querías, lo conseguiste, pero ya no lo quieres más.

Estoy fuera de lugar, como un cowboy en una nave espacial, y no parece que me haga a la idea. He intentado irme, meter en la maleta los buenos recuerdos, cerrar con llave y esconderla bajo el felpudo, pero se ha escondido ahora que tanto lo necesitaba.

Anochece. Las nubes pasan de ser rosado algodón de azúcar a jirones de lana sucia, empalagosa, que cuelga de un cielo más negro que la pez. Alguien dio un soplo, se chivó a las estrellas de que esta noche no saldrías, así que buscaron refugio en otra parte.


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