jueves, 3 de diciembre de 2015

Tres trozos de pan

Todos tenemos nuestros tres trocitos de pan, y todos acabamos perdiéndolos.


Hoy quiero hablar de mis tres trocitos de pan. Del que está por venir, del que ya he perdido y del que estoy perdiendo en este momento en las profundidades de esta olla llena de queso fundido. Los dos primeros trocitos de pan fueron (son) maravillosos, pero llega un momento en que, de tanto sumergirlos en el queso, se empalagan, se pringan. Acaban por volverse pesados, dolorosos, cargados como están de amarga dulzura e impregnados de una cremosa idealización. Al final su peso les lleva a zafarse del tenedor y a correr a refugiarse al fondo del caldero.

Con cada trocito se aprende una cosa. Con el primero, yo aprendí poesía, y con el segundo estoy aprendiendo belleza. Y ahora que ya se hace pesado, sueño con alcanzar el tercero y descubrir todo lo que tenga que enseñarme. Sé que este también acabará doliéndome, haciéndome llorar como hizo el primero (robando miradas a estrellas extranjeras) y como ahora mismo está haciendo el segundo. Sé que cuando por fin lo deje caer y perderse en el océano de queso respiraré aliviada por tercera vez. También sé que igual que las otras veces no me arrepentiré de haber escogido a ese trocito de pan, porque hay momentos en los que el dolor merece la pena.

Todos tenemos nuestros tres trocitos de pan, y todos acabamos perdiéndolos. Sólo espero saber estar callada cuando esto ocurra, porque los pobres que deciden anunciárselo al mundo acaban en el lago, con pesos atados en los pies.

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