viernes, 12 de febrero de 2016

A las personas que no conozco


Los viajes en metro siempre son bastante fructíferos, y hoy me ha dado por pensar. No soy una persona dada a seguir mis impulsos (si lo fuera, probablemente me quedarían a estas alturas pocas extremidades), pero hoy me he vuelto loca y en lugar de hacer el transbordo en Avenida de América lo he hecho en Nuevos Ministerios. Pero no es eso de lo que quería hablaros hoy. Hoy quiero hablaros de... bueno, de otra cosa.

A veces crees que conoces a alguien y, de repente, te sorprende. No es que yo sea especialmente buena clasificando a la gente, pero no sé, se supone que la intuición femenina existe. Bueno, pues no es así, al menos en mi caso.
Y no es que una sorpresa sea algo malo de por sí, es que es desconcertante no dar ni una.

Quizá sea mi culpa. Quizá no es bueno que pase las noches planeando escenarios, inventando introducciones, nudos y desenlaces de situaciones más bien poco probables, basándome en lo que creo saber  (o mejor, en lo que me gustaría saber) de las personas de mi vida. Quizá no sea ni siquiera sano, dado que llego a soñar haber vivido cosas con personas con las que el tiempo, la evidencia y la oportunidad ha dejado claro que sería imposible vivirlas.

Creo que ni una sola de mis "predicciones" se ha hecho realidad, y no sé por qué sigo sorprendiéndome de que esto sea así. No puedo evitar seguir haciéndolas, sin embargo, ya que tengo la suerte y desgracia de contar con una imaginación salvaje y extremadamente potente, capaz de generar impresionantes niveles de detalle tanto en los sueños como en las elucubraciones diarias.

Más de una vez, y soy consciente de cómo suena lo que voy a decir, me ha costado distinguir fantasía y realidad. Más de una vez he despertado con un susurro aún en los oídos, con una imagen grabada en la retina, con una nueva historia en común con alguien, para luego descubrir, cuando el sueño se va retirando (un poco como las olas, que no acaban de irse nunca), que todo ha ocurrido sólo en mi cabeza. Y a la mañana siguiente, en el mundo real, encontrarme con el otro protagonista de la noche anterior y no saber qué decir, no saber cómo actuar, porque comparten cara y nombre,  pero nada más.

¿Sabéis qué es lo peor? Aunque la parte más pragmática de mí ya tiene asumido todo esto, y un firme propósito de enmienda, todas estas buenas intenciones se quedan en polvo. Y es que esa pragmática parte es la más superficial, la que con el más suave soplo se resquebraja,  la que sólo oculta, o lo intenta, a la ingenua niña pava que llevo siendo toda la vida, y que no tan secretamente sigue pensando muy fuerte las cosas con la esperanza de que se hagan reales. 

Os confesaré que esto empezó a escribirlo mi yo más racional, pero que ahora mismo es, digamos, el corazón el que habla. Y es que esto, que iba a ser un manifiesto realista, se ha convertido en un desesperado grito de socorro. Esto es para ti, para vosotros, para los que no actuais como mi instinto (o mi guión) dice que deberían hacerlo. Esto es vuestra última oportunidad de hacerlo "bien" y cumplir mis expectativas que a decir verdad no son especialmente exigentes. Sólo son... distintas. 


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