domingo, 3 de marzo de 2013

Reflexiones de una noche de estudio (12/12/2011)




Una vez empiezas a escribir ya no puedes parar. Siempre que lo que escribes sean tus pensamientos. Déjalos fluir, te abrumarán. Descubrirás cosas en tu interior que jamás imaginaste tener. Vislumbrarás una vía de escape, un punto de fuga, una salida a tu desazón. Tu sufrimiento se mitigará, las palabras lo coserán, lo envolverán y te lo harán tragar en forma de dulce píldora.
Pero, ahora que escribes, tendrás que llevar siempre un bolígrafo y un cuaderno a mano. Las palabras, sin previo aviso, martillearán tus sienes de vez en cuando, tus oídos, tus labios, pugnando por salir en forma de torrente descontrolado. Un chorro de sustantivos, verbos y adjetivos que desean llenar esa hoja en blanco que has guardado.
Si no lo haces, si no cumples los deseos de las palabras, ellas te castigarán. Primero se irán de tu mente, dejándola vacía, yerma, inerte, libre para esos oscuros pensamientos que combatías con ellas. Esos pensamientos invadirán hasta el último rincón de tu cuerpo, campando a sus anchas.
Después, en tu estómago, la píldora se romperá en mil pedazos que bombardearán tus entrañas con lanzas de dolor, ira, furia, miedo, duda.
Sentirás que tu mirada se nubla, y que aun así ves. Que tus labios se secan, y tu lengua se acartona, y aun así hablas. Que tus oídos se embotan, que tus tímpanos explotan, y que aun así puedes oír.
Entonces, a tientas, tu mano buscará en tu pecho la llave de su salvación: un pequeño lapicero. Cuando tus dedos le rodeen, se volverán fuertes y seguros, y ya serán capaces de encontrar el papel. Temblando todavía, lo desplegarán, lo alisarán, lo tantearán.
Y ahora, es el momento en el que las palabras vuelven a tu mente arrepentida, al principio con la timidez del rencor, pero luego valientes.
Y así, sólo así, calmarás tu ansiedad y tu soledad… hasta que dejes de escribir.

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