Julio.
¿Julio?
¿No me oyes?
¿Acaso mis palabras no son dignas de tus dulces oídos?
Julio.
¿Acaso tu corazón no late cuando lo hace el mío?
Julio.
Al fin y al cabo, ¿no te sorprende?
Yo te he creado.
Yo te di esos ojos, ese pelo, esa ropa.
Sí, yo te vestí cuando estabas desnudo,
y me encargué de llenar tu estómago de papillas tan imaginarias como tú.
Yo visité tus castillos,
yo paseé tus dálmatas,
yo inventé a tus amigos,
y a tus cuarenta hermanos.
Y aun así, te espero.
Y desespero en tu ausencia.
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