sábado, 12 de abril de 2014

De personas invisibles y personas ciegas.




[...]

- ¡Te odio, maldita sea! ¡Te odio!

- ¡No puedes odiarme! ¡Apenas me conoces!

- Te conozco lo suficiente. No quiero saber nada de ti, no quiero verte nunca más.

-¿Se puede saber qué te he hecho? ¡No te había visto en mi vida hasta esta noche! ¿A qué viene esto?

- Con que no me habías visto, ¿verdad? ¡Pues yo a ti sí! Pero ese es el problema, ¿no? Que yo te conocía pero tú a mí no. Esa es la cuestión, ¿no es cierto? Que yo me he fijado, que yo te he observado cada uno de estos días y tú no has sido capaz de darte cuenta de que existo. Eres un sinvergüenza. Es usted un sinvergüenza, señor inspector.

- Yo…

- Lárgate, por favor. Lárgate y vete bien lejos.

- ¡Espera! ¡Escucha!

- ¿Que escuche, dices? ¿Y qué voy a escuchar? ¿Una sarta de esas mentiras que tienes preparadas para conquistar a las chicas bonitas con las que quieres pasar la noche? Lo siento mucho, pero yo no soy una de esas chicas. Ni si quiera soy bonita, para empezar.

- Si que eres…


- Oh vamos, ¡cállate! ¡Cállate y vete! Búscate a otra, señor inspector. Búscate a otra y jamás te atrevas a volver.

[...]

No hay comentarios:

Publicar un comentario