-
¡Te odio, maldita sea! ¡Te odio!
-
¡No puedes odiarme! ¡Apenas me conoces!
-
Te conozco lo suficiente. No quiero saber nada de ti, no quiero verte nunca
más.
-¿Se
puede saber qué te he hecho? ¡No te había visto en mi vida hasta esta noche! ¿A
qué viene esto?
-
Con que no me habías visto, ¿verdad? ¡Pues yo a ti sí! Pero ese es el problema,
¿no? Que yo te conocía pero tú a mí no. Esa es la cuestión, ¿no es cierto? Que
yo me he fijado, que yo te he observado cada uno de estos días y tú no has sido
capaz de darte cuenta de que existo. Eres un sinvergüenza. Es usted un
sinvergüenza, señor inspector.
-
Yo…
-
Lárgate, por favor. Lárgate y vete bien lejos.
-
¡Espera! ¡Escucha!
-
¿Que escuche, dices? ¿Y qué voy a escuchar? ¿Una sarta de esas mentiras que
tienes preparadas para conquistar a las chicas bonitas con las que quieres
pasar la noche? Lo siento mucho, pero yo no soy una de esas chicas. Ni si
quiera soy bonita, para empezar.
-
Si que eres…
-
Oh vamos, ¡cállate! ¡Cállate y vete! Búscate a otra, señor inspector. Búscate a
otra y jamás te atrevas a volver.
[...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario