jueves, 22 de mayo de 2014

Qué color tan bonito tiene el cielo esta noche.




Los motivos de las cosas más bellas son, con frecuencia, acciones o actitudes sin ningún interés poético. Digamos entonces que, por x o por y, hace tres minutos estaba en el portal de mi casa abriendo una puerta de hierro y cristal. Dentro soy sólo una caricatura adicta a los espejos (abominables) con una relación de dependencia a unos pitillos grises y a un cinturón de irónicos orígenes. Y sin embargo, cuando salgo, soy la hija del viento.

Es una noche confusa de verano, o al menos a eso huele el aire del Palancar. Huele a junio, a julio y a barbacoa, y a paseo marítimo, aunque esté en pleno Madrid Este. Cuatro enormes chopos -son chopos porque yo quiero, apuesto a que nadie viene a comprobarlo- mecen sus hojas al viento entre susurros perturbados por los estridentes motores de Canillas, invisible.

Pero yo no me lo creo. Yo no me fío ya más de lo que dicen mis oídos, porque si cierro los ojos y extiendo los brazos sólo oigo el murmullo del agua bajando por una catarata, y el ronroneo de los leones reinando en el vergel en el que, repentinamente, se ha convertido mi calle. Subo, bajo, giro y vuelvo, y ya no hace falta ni que cierre los ojos. Mi cuerpo lo sabe, lo sabe mi cabeza, yo nací para estar viva.

El pelo me tapa la vista, me hace cosquillas en la cara, pero ni se me pasa por la cabeza apartarlo. Soy la hija del viento, que no se me olvide, y me importa un bledo si mi vecinos me miran curioso por hacer malabarismos en el bordillo de la acera. Soy la hija del viento. Soy la hija del viento.

Igual que los motivos, las conclusiones suelen ser completamente prosáicas, pero muchísimo más trágicas, ya que te devuelven al mundo de los muertos en vida sin aviso previo. Sea como fuere, de nuevo la puerta se abre y esta vez me quedo dentro. Otra vez a jugar con los espejos y los botones, y los ratones y las monedas. Un rayito de cielo tímidamente estrellado se atreve a colarse por los barrotes, me guiña, y se vuelve hacia arriba. Tiene que preparar las fantasías de un millón de almas más.


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